Obligado a asistir a misa, de mala
gana entro a la iglesia de la virgen de Fátima, hemos llegado un par de minutos
antes de la misa, el recinto está casi lleno, es casi las doce. La mayoría de
los fieles están conversando en voz baja y se ven caras sonrientes, personas
que se dan besos de saludo, apretones de mano los hombres, acompañados por sus
esposas, cuántos como yo obligados a soplarse el rito. Entra el cura, tiene el
aspecto del típico candelejón, de esos que están convencidos que se irán al
cielo y que Dios los ama, hay un aire de superioridad en su semblante por
sentirse respaldado por el Creador. Tengo que hacer algunas venias a amigos que
me hacen un ademán de saludo, como de costumbre las esposas, no obstante las
conozco desde los quince años, no me saludan, es la costumbre latinoamericana.
Miro a mi alrededor con disimulo, mientras espero sentado en una banca de cedro
que me lastima las nalgas y me aprieta la próstata. Detrás de mí oigo un
cuchicheo, -¿has visto qué viejo está Jorge? ¿Estará con cáncer? ¡Mira nomás a
la chinchosa de su mujer cómo se ha jalado la cara, ¡Huy! Está horrible, se
parece a La máscara. La hija está hecha una chancha, pobrecita. –Habla más
despacio mujer, se te oye hasta la calle. ¡Oremos, mos, mos, mos y sigue el eco
en el santo recinto. Me paro con las manos juntas estiradas, un pequeño coro
acompañados de guitarras cantan algo reverberante que nadie entiende, los
feligreses cantan para sus adentros con infinita timidez, el cura dice; ...para
que sea agradable a Dios todopoderoso por los siglos de los siglos, glos, glos,
glos, y sigue el eco. Dos ex jóvenes mujeres conversan a sonrisa amplia desde
una banca hacia la posterior sin parar, nos sentamos, nos levantamos, nos
arrodillamos. El cura por enésima vez repite que recemos la oración que el
mismísimo Jesús nos enseñó. ¿Cuándo fue esto? No lo recuerdo. La mayoría abre
los brazos para rezar la oración que nunca le encontré sentido alguno. Es
increíble la posición idiota de abrir los brazos como si fueran a sostener la
lana de una tejedora, muchos con fervor...Nos sentamos, nos paramos, oremos
dice el cura. Cuando ya me duelen las piernas de tanto siéntate y levántate, el
cura se prepara a dar su sermón. Será como siempre, aburrido, ininteligible,
reiterativo en lo inútil, nadie escucha, nadie entiende por el infernal eco del
ábside, la perorata no tiene cuando terminar, las ex jóvenes mujeres no dejan
de conversar y mostrar ese tipo de sonrisa falseta que pretende ser muy de
clase alta sin serlo. El cura acaba por fin. Reinicia el rito, oremos,
levántate, siéntate, arrodíllate, porque Dios va a bajar del cielo, se hace un
silencio, la gente baja la cabeza, hay cierta tensión por el aterrizaje de
Dios. Por fin Dios se esfuma y se prepara la comunión. Se forman dos filas, varios
conocidos y conocidas míos, se levantan para recibir el cuerpo de Cristo. No
puedo creer que el miserable de Carlos (nombre ficticio para evitarme un
juicio), que maltrata a sus empleados, les paga una miseria, que bota gente sin
importarle si los hijos del empleado se mueran de hambre y las sinvergüenzas,
(me viene a la memoria lo que me advirtieron de chiquito que nunca se habla de
una dama, pero no veo muchas damas, así que sinvergüenzas igual), van a por el
cuerpo de Cristo. Hasta su querida me ha comentado que es un miserable, pero
igual él comulgará para asegurarse el cielo. Lo siguen otros y otras, unos y
otras más inmorales que el peor o la peor de ellas que han hecho y harán
maldades sin el menor remordimiento, pero tratan de expiar sus pecados con la hostia
divina. La misa se acaba, el cura bendice a todos en el nombre de los tres
dioses que son en realidad uno solo. Al fin podremos irnos en paz, yo me muero
de hambre, solo pienso en la parrillada que nos ha invitado nuestro amigo
Carlos, el miserable, pero tan buen anfitrión, quien al subir a su Mercedes se
le acerca un mendigo a pedirle diez céntimos. Carlos como buen cristiano, ni lo
mira, le friegan los mendigos, sube rápidamente la ventana eléctrica del meche
del año y arranca lo más rápido que puede y pica para alejarse de esos
pobretones que joden pidiendo limosna. Yo me he cuadrado invadiendo treinta
centímetros del pase peatonal. Un hombre maduro muy elegante acompañado de su
mujer y su hijos, me increpa; ¡Aquí no se cuadra! Tiene una mirada feroz,
maligna e intemperante a pesar que aún tiene en el estómago el cuerpo de
Cristo. Es que afuera de la iglesia, vuelven a ser lo que son, unos hipócritas
que pasan en segundos, de darse golpes de pecho, a dar golpes en el pecho de
cualquiera.
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